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El papel del traductor en una sociedad diglósica

By Marcela Azúa | Published  12/25/2009 | Spanish | Recommendation:RateSecARateSecIRateSecIRateSecIRateSecI
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Author:
Marcela Azúa
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EL PAPEL DEL TRADUCTOR EN UNA SOCIEDAD DIGLÓSICA

Lic. Norah Marcela Azúa

La lengua siempre ha sido un fenómeno dinámico que ha permitido a sus hablantes percibir, sentir y evaluar el mundo desde una perspectiva particular, aunque no puramente personal y subjetiva, ya que alberga la posibilidad de sostener un poder social, político o inclusive ideológico. Lengua e identidad social serían, por lo tanto, términos conectados a través de una inevitabilidad lingüística incompatible con la idea de solidez, inmovilidad y rigidez. De hecho, el español hablado en la llamada América Hispana ha recorrido un largo camino de encuentros y desencuentros que desembocó en una percepción diferente y totalizadora del mundo con variadas y heterogéneas realizaciones léxicas y fonológicas.

La América pre hispana era, en el siglo XV, un conjunto de pueblos y lenguas diferentes que se organizó políticamente como parte del imperio español y que, por medio de un lento y doloroso proceso, terminó adoptando la lengua del conquistador. La sustitución de lenguas nativas no ha sido total y en muchos casos no se ha obtenido el efecto deseado. El resultado es la coexistencia, no siempre armónica, de dos lenguas en una misma sociedad. Esta es la situación del castellano con respecto al quechua, al guaraní, al aymara y al mapuche, por ejemplo, que se encuentran en situación de diglosia. Este término – diglosia - remite al bilingüismo histórico en que la lengua de los nativos correspondía a una condición social y política considerada inferior. Según el sociólogo Joshua Fischman1, la situación de diglosia no sería conflictiva en sí misma ya que las variedades correspondientes podrían estar interrelacionadas y ser utilizadas convenientemente. Sin embargo, en la práctica, la lengua “inferior” carece de valoración para cohesionar a sus hablantes y denota una inseguridad que los obliga a recurrir a la lengua dominante tanto para poder comunicarse como para obtener la presunta jerarquía que esa lengua detenta.

El contacto entre los distintos pueblos amerindios, el español y el esclavo africano que este último trajo, dio entonces origen a un hombre americano, biológica y culturalmente diferente que se estableció en distintas regiones y que sentó las bases de una lengua propia con todas las variedades léxicas, fonológicas y morfosintácticas del dialecto castellano original enriquecido por los aportes de las lenguas originarias. Las contribuciones de las lenguas autóctonas a la lengua hablada por los españoles han sido muy importantes. Sin embargo, algunas corrientes consideran que el aspecto más interesante es el de los cambios semánticos que se produjeron en las palabras españolas en el transcurso del contacto.

Debido a la adaptación de la lengua a las diferentes realidades culturales y socioeconómicas de cada región o país, el español de América ha adoptado infinidades de modalidades de significación muy distintas de las que presenta la lengua peninsular. Los términos se vieron sometidos a numerosos condicionamientos históricos. En aquellos lugares donde la hegemonía de España era menor, el hablante debía recurrir con mayor frecuencia a su propia capacidad de adaptación. Por ese motivo la diversificación respecto de la lengua peninsular fue más rápida en la Argentina que en México o Perú, lugares donde la corte virreinal restringía las posibilidades de evolución de la lengua lo cual demuestra que los desarrollos históricos son, en la mayoría de los casos, paralelos a los lingüísticos. A medida que la influencia del español académico fue diluyéndose, los términos rurales pasaron de manera natural al lenguaje del medio urbano y se empezaron a utilizar numerosos giros dialectales y coloquiales de uso limitado o de nueva creación. A este fenómeno habría que agregarle la influencia de las subsiguientes y numerosas corrientes migratorias que poblaron las tierras latinoamericanas y que crearon un verdadero calidoscopio de dialectos convivientes que justifican lo que el lingüista Lyons 2 dio en llamar “la ficción de la homogeneidad”. Ahora bien, ubicados como estamos en el siglo XXI y a la luz de una realidad lingüística que nos apabulla tanto por su falta de competencia como por el aluvión de extranjerismos que nos pone a los traductores a merced de infinitas incertidumbres, la pregunta ahora sería: ¿este voraz español ya establecido en estas tierras se dirige indefectiblemente a las fauces de un idioma inglés que pareciera surgir como hegemónico vencedor?

El concepto de “modernidad líquida”, que introdujo el sociólogo contemporáneo Zygmunt Bauman3, se adecua de manera más que apropiada para intentar responder esta pregunta. La rigidez y estructuración de las pautas lingüísticas que, a fines del siglo XIX y principios del XX, trataron de imponer los intelectuales locales a fin de mantener la pureza de una lengua que apenas lograba consolidarse se identifica perfectamente con la idea de un mundo “sólido” que se caracteriza por su acción normativa, reguladora y esquemática. Los vocablos surgidos de la convivencia con los inmigrantes, que aparecían en las letras de tangos argentinos, por ejemplo, se descalificaban y se consideraban inferiores, del mismo modo que se evitaba adoptar palabras extranjeras en casi toda la región latinoamericana. Con el advenimiento de la posmoderna y fluida “era líquida” se quebró esta tendencia y se flexibilizó la palabra. La disolución de los componentes sólidos de la sociedad trajo como consecuencia una progresiva liberación de la economía de sus tradicionales ataduras políticas, éticas y culturales. Por ese motivo, Bauman considera que la técnica más importante de poder es en la actualidad la huida, el escurrimiento y la capacidad de rechazar cualquier confinamiento territorial y cualquier atisbo de construcción y mantenimiento de un orden para evitar de ese modo la responsabilidad por las consecuencias que pudieran aparecer. ¿Por qué no entender entonces el fenómeno lingüístico actual a partir de esta misma metáfora de la modernidad? Para que el poder actual fluya, el mundo tiene que estar libre de trabas, barreras, fronteras y controles que impedirían la subsistencia de una globalización que de este modo puede extenderse a todos los ámbitos de la sociedad, inclusive a la lengua.
Así como el capitalismo se ha emancipado de sus ligaduras territoriales y políticas, la lengua se ha liberado de sus normativas más estrictas. La Real Academia Española cuya autoridad era, en una época inapelable, hoy se ve abrumada por la cantidad de neologismos que a diario se crean en España y en los distintos países de habla hispana. Fernando Lázaro Carreter, quien fue miembro de la Academia, analizó este hecho y reconoció en una conferencia que diera en el año 2002 que la inclusión de cientos de términos extranjeros en el diccionario “No es una hipocresía, ni, si se me apura, una contradicción, sino una manifestación de cómo vive el idioma en la cabeza de los hablantes, en nuestra alma. Vive, en efecto, dramáticamente, entre el rechazo de lo alienígena, porque nos desvirtúa, y la aceptación resignada o entusiasta de cuanto lo renueva y lo hace más útil para vivir con los tiempos”4. Una muestra de esta aceptación por parte de las autoridades lingüísticas es la publicación por parte de la Academia Argentina de Letras (institución que, dicho sea de paso, muchos argentinos desconocen) en el año 2003 del Diccionario del Habla de los Argentinos que incluye 6500 acepciones utilizadas en este país para contribuir al registro de un habla que sigue incorporando palabras a su corpus sin culpa, ya que sus hablantes se sienten libres de restricciones. Palabras y expresiones como choripan (por sándwich de chorizo), picar el bagre (por tener hambre), y arbolito (por vendedor callejero de dólares) han sido incorporadas a este diccionario como ejemplo de la búsqueda de equilibrio entre los deseos, la imaginación y la capacidad de actuar de un hablante motivado por su medio ambiente.
Por otro lado, la globalización, lejos de ser un elemento de cohesión lingüística, ha acentuado la diversidad, poniendo en evidencia las diferencias entre las lenguas y las culturas que ellas representan, arrastrándolas a una inevitable inestabilidad y obligándolas a aprender, como dice Bauman, “el difícil arte de vivir con las diferencias”5. El constante ingreso de palabras forjadas en la intimidad de otras geografías hoy desconcierta, intimida y relativiza el concepto de identidad. Hasta hace no mucho tiempo, para confirmar que un vocablo se había incorporado al idioma por su uso, la Real Academia Española siempre apelaba a la lengua escrita, a la inclusión de ciertos términos o expresiones en las obras de los grandes escritores, pero hoy en día, con la increíble profusión de publicaciones en medios gráficos o en sitios de Internet, este recurso parece insuficiente. La palabra escrita exhibe gratuitamente su ostensible fragilidad. En esta “era líquida”, las palabras se cuelan con descaro por todos los medios conocidos y se derriten al calor de la urgencia comunicativa, para utilizar la metáfora de Bauman. Es cierto que los neologismos, especialmente de origen inglés, permiten la rápida y práctica asimilación de elementos foráneos pero también hay que reconocer que incitan al esnobismo lingüístico, el cual debería evitarse para no caer en una nueva situación de diglosia, donde el español sea ahora la lengua dominada, inferior o desprestigiada, solo usada por aquellos que no pueden alcanzar una cierta posición social o económica como pasó, y sigue pasando con la mayoría de los hablantes de lenguas aborígenes.
También el individualismo es una característica de la modernidad líquida. Existe un gran abismo entre el derecho a la autovaloración y el control de todos aquellos mecanismos que la hacen viable. Por este motivo y por la contradicción que tal hecho trae aparejada, la sociedad es una suma de individualidades que se interrelacionan a partir de sus soledades. En el mundo líquido descripto por Bauman, no hay líderes sino asesores y no hay nada que sea inapelable y definitivo. El mundo está lleno de posibilidades y de oportunidades que cada individuo puede tomar, elegir y descartar a su gusto. Del mismo modo hay, entonces, un universo de palabras que se presentan ante el consumidor como un tentador catálogo de ofertas asequibles. En cada uno de los profesionales de la lengua, entonces, se erige una autoridad, lo cual implica una responsabilidad y un compromiso. Hoy, como todos los habitantes del mundo líquido, los hablantes latinos deben flotar en la corriente de efímeras oportunidades y han dejado de buscar la lógica de la continuidad y de la permanencia. Esto no sería malo en sí mismo si el hablante lo hiciera con todas la herramientas educativas a su disposición y si pudiera asumir el riesgo de la levedad, lo cual no sería peligroso si se considerara que el que anda más liviano, se mueve con mayor rapidez.

Son muchas las creaciones neológicas que de a poco se han ido incorporando a la lengua con la anuencia de la RAE, pero hay otra gran cantidad de expresiones que parecen adoptarse por necesidad de prestigio y de crédito internacional. Es en este punto donde la traducción converge como elemento indispensable para lograr el enlace de las distintas cosmovisiones y para sentar las bases de una comunicación eficaz. El “gerente de marketing” parece haber reemplazado al “gerente de comercialización o mercadeo” y aceptamos que jueguen al bridge o al golf, pero ¿cómo avalamos, desde nuestro rol de profesionales, un texto traducido donde se nos haga saber que un CEO y su staff se van a un happy hour, acompañan a sus hijos a un pyjama party, aprovechan los precios que están en sale en el shopping y se van en su traffic al su casa del country?

Por otro lado y aunque la modernidad líquida diluya los rasgos identificatorios de las lenguas y los sociólogos modernos pongan en duda la existencia de una identidad cabal, hay una tendencia a buscarse en el sonido de la voz de un otro cercano y en la connotación especial de ciertas palabras catalogadas como propias. Es muy probable que el español hablado en estas tierras no sea devorado por el inglés como podrían promulgar los más puristas de la lengua. Quizás los latinos en general debamos buscar nuestra identidad lingüística a la vera del río correntoso de las lenguas de intercambio y a partir del reconocimiento de nuestras diversidades y de una mirada más amplia y más humilde hacia el interior de nuestras debilidades.

Como se ha podido apreciar, la lengua de los primeros españoles que vinieron a estas tierras fue diluyéndose con la historia, las corrientes migratorias y la concepción de un nuevo hombre latinoamericano que nada tiene que ver con aquel conquistador y que, en muchos casos, tampoco logra identificarse con los hablantes originarios. La falta de políticas educativas y lingüísticas que reconozcan este proceso natural dentro de un contexto social general de dilución de fronteras y de diversidad, podría provocar en el hablante latino un desconcierto existencial que lo podría forzar a utilizar una lengua estereotipada y amorfa con las consecuencias sociales que ello implicaría, como podría ser la dominación ideológica de aquellos más poderosos que saben aprovecharse de la falta de identidad y de estímulo patriótico. La sociedad latinoamericana ha demostrado ser en muchos casos un vertedero de estigmas ajenos y ha formado con ellos su frágil identidad. Jorge Luis Borges en su ensayo “El Idioma de los Argentinos”6 proclama la necesidad de la utilización de un lenguaje criollo justamente como una necesidad de “hacer patria”

De todos modos, la identidad, como dice Bauman, es algo que hay que inventar más que descubrir, y para llevar a cabo esa invención, nada mejor que la lengua como herramienta viva de significación y trascendencia. Si un pueblo es lo que habla, los traductores debemos buscar en la conformación de los idiomas con los que trabajamos las huellas de la idiosincrasia atávica que representa a cada cultura y decidir qué elementos podemos utilizar para poder establecer un intercambio enriquecedor y democrático.


1FISHMAN, Joshua A.: The Sociology of Language. Newbury House Publishers. Massachussetts.1972
2 LYONS, John: Language and Linguistics: an Introduction. CUP. Cambridge 1981
3 BAUMAN, Zygmunt: Modernidad Líquida.Trad. de Mirta Rosemberg/ Jaime A. Squirru .FCE. Buenos Aires. 2005
4 CARRETER, Fernando Lázaro. El neologismo en el DRAE, conferencia pronunciada el 15 de febrero de 2002 en la Real Academia, accesible en Internet a través del buscador de las páginas de la RAE.

5 BAUMAN, Zygmunt: Modernidad Líquida.Trad. de Mirta Rosemberg/ Jaime A. Squirru .FCE. Buenos Aires. 2005
6 BORGES, Jorge Luis, EL Idioma de los Argentinos, Seix Barral/Bibilioteca Breve, Buenos Aires,1997


BIBLIOGRAFÍA

ANDERSON, James M.: Structural Aspects of Language Change. Longman, London, 1973
BAUMAN, Zygmunt, Identidad, Editorial Losada, Buenos Aires, 2005
BAUMAN, Zygmunt: Modernidad Líquida.FCE. Buenos Aires. 2005
BORGES, Jorge Luis, EL Idioma de los Argentinos, Seix Barral/Bibilioteca Breve, Buenos Aires,1997
CALVET, Louis-Jean, Lingüística y Colonialismo: breve tratado de glotofagia, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005
CORREA MUJICA, Miguel: Influencia de las lenguas indígenas en el español de Chile. ( en línea) URL: http:www.ucm.es/info/especulo/numero17/mapuche.html
CRYSTAL, David : Linguistics. Penguin Books Ltd, Middlesex, 1973
DUCROT, Oswald/ TODOROV Tzvetan: Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje. Traducción de Enrique Pezzoni. Siglo Veintiuno Editores, México,1998
FISCHMAN, Joshua A.: The Sociology of Language. Newbury House Publishers, Massachussets, 1972
HUGHES, Arthur / TRUDGILL Peter: English Accents and Dialects. Edward Arnold Publishers, London, 1979
LYONS, John: Language and Linguistics: An Introduction. Cambridge University Press, Cambridge, 1981
MARTIN VIDE, Carlos: Elementos de Lingüística. Octaedro Universidad, Textos, 1996
MORÍNIGO, Marcos A.: Nuevo Diccionario de Americanismos e Indigenismos. Editorial Claridad, Buenos Aires, 1998
RAITER, Alejandro: Lenguaje en uso. Enfoque Sociolingüístico. AZ Editora, Buenos Aires, 1999
STEINER, George: Lenguaje y silencio, GEDISA, Barcelona, 1990



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